Por la mañana

  

 

Que frió estaba el café esta mañana y que amarga la luz del día y aun así, los perros retozaban en el porche intuyendo los rayos de sol que como de costumbre iban a hacer aparición en las escaleras junto a la fuente. Pendientes de cualquier aleteo joven de primavera por aquello de cazar al viento con su instinto juguetón, esperaron hasta sentir el latir de mis pasos. La verdad es que son guardianes, cariñosos, algo interesados en lo del comer y los regalos, pero sobre todo son perros, buenos perros.

Una vez abierto el correo con la esperanza de tener alguna noticia tuya aun a sabiendas de la imposibilidad de tenerlas por la peculiaridad de tu viaje, me dispuse a ojear las noticias de la prensa con el sonido tenue de las palabras de la radio. En ese instante escuche el rozar de algo mal puesto en el lavavajillas con el contenido de toda la carga del cúmulo de cachuchos del fin de semana, esos que voy amontonando hasta que llegue el instante preciso y que cada vez que los veo repartidos por toda la cocina me dan ganas de salir corriendo, aunque al final en esos actos de humildad casera son puestos para iniciar de nuevo uno de esos círculos necesarios e inherentes al ser humano; ensuciar para luego limpiar.

Con el ritmo acompasado y normal del fluir del agua a presión finalicé todos los hábitos mañaneros de antes del afeitado, cuando me afeito, y de aquellos actos inherentes e indispensables a la raza humana.

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