Guerra

  

 

Una anécdota cualquiera parece ser que es lo que le está pasando a nuestro mundo ahora. Se me caen los palos del sombrajo cuando alguien para algunos lo bastante cercano a Dios asemeja el equilibrio internacional de los pueblos que cohabitan este planeta, a una partida pura y dura de póker.

Lo malo de esto es que este alguien debe de ser como el que reparte, como el dueño del dinero, como el dueño de los matones del casino, como la ramera que te distrae para que te hagan trampa, como el tiro en la nuca que te vas a llevar de todas maneras te pongas como te pongas.

Mire usted, si nunca perdió al póker pues fantástico. Pero parece una falta total de ciencia invitar a alguien a jugar algo, cuando éste se sabe perdedor con alevosía y además, independientemente de todo lo que pase durante la partida va a salir desnudo por la puerta por la que ya entró perdedor.

A este magnífico jugador de póker le debería de pasar lo que le pasó a cierto obispo que al ser preguntado si un no cristiano se podía salvar del fuego del infierno, contestó que esto era imposible, y mientras contestaba un rayo cayó del cielo y los dos se prendieron fuego pero mira por donde el resto de los hombres presentes, sólo salvaron al no cristiano, mientras que el obispo fue consumido por el fuego.

Éste sentido del relámpago que magistralmente escribió Khalil, es el sentimiento que en este momento me embarga cuando pienso lo que está pasando. Seguro que ninguno estamos libres de culpa, pero no me quieran hacer comulgar con ruedas de molino.

¿Quién es quién para maltratar a otro con las mismas armas de matar?

Bueno, sigan jugando al póquer y puede ser que en una de estas partidas todos dejemos de jugar el juego de la vida.

Nada importante.


                                                                    

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